Thomas Mann creía en el poder de las caminatas: "Mientras una persona camina, los pensamientos surgen más claramente". No fue así para tres hombres y tres mujeres que durante los últimos ocho meses estuvieron encerrados en un domo erigido sobre un volcán inactivo en Hawái.
Durante los ocho meses de reclusión voluntaria en las faldas del Mauna Loa, salir a dar un paseo implicaba ponerse trajes espaciales y lidiar con esclusas de aire, algo no muy adecuado para contribuir a la claridad mental, pero, en cambio, sí para prepararse para lo que podría ser la vida en el primer asentamiento humano en Marte. El experimento de aislamiento, que terminó el sábado de la semana pasada y fue financiado por la NASA, estaba diseñado para examinar los desafíos psicológicos para personas desconocidas entre sí y que fueran obligadas de forma ineludible a cohabitar en el ambiente hostil de Marte, donde aventurarse a salir sin protección en la atmósfera rica en dióxido de carbono provocaría la asfixia en tres minutos.
La vista desde la única claraboya del domo no era la del paraíso hawaiano sembrado de guirnaldas para recién casados, sino un silencioso paisaje estéril cubierto de campos de lava y montañas. El grupo, liderado por la ingeniera canadiense Martha Lenio, reportó haber extrañado sentir el sol y el viento en la piel, una dieta variada, largas duchas y ver el mundo sin tener que usar viseras. Lenio evitó el aburrimiento tejiendo, mejorando su francés y aprendiendo el ukelele. Reveló en su blog: "En realidad puede parecer muy raro ver a otras personas de nuevo". Lamentablemente, el sexteto todavía parece tener relaciones muy joviales entre sí y ha estado disfrutando de los placeres más familiares de Hawái.
El planeta rojo es visto como el próximo destino cósmico de la humanidad: una frontera obvia a medida que buscamos nuevos mundos, no sólo por la pura emoción de la exploración, sino también como una póliza de seguro en caso de que arruinemos nuestro propio planeta. El proyecto de Lenio forma parte de un esfuerzo de la NASA para enviar personas a un asteroide en 2025 y a Marte en la década de 2030; ambas misiones están concebidas como viajes de regreso y por lo tanto dependerán en gran medida de avances tecnológicos como la mejora de la propulsión y la vida sostenible. Los ingenieros pueden construir cohetes que recorran los 225 millones de kilómetros de distancia hasta el planeta; equiparlos con la tecnología y el propelente para traer de regreso a los viajeros es prácticamente imposible.
Sin embargo, la NASA enfrenta la competencia de Mars One, una misión profundamente polémica que ha recurrido a inversionistas privados y al “crowdfunding”, o micromecenazgo, en lugar de a las arcas públicas. Mars One, idea original del empresario holandés Bas Lansdorp, es un asunto más rápido e informal, abierto a todos los interesados (y no ofrece boleto de regreso). Más de 200.000 solicitantes disfrutaron la idea de abandonar la Tierra para siempre, y de ellos, 100 han pasado el proceso de selección hasta el momento. El plan es que, en 2025, si los fondos son suficientes, algunos de ellos van a emigrar permanentemente a Marte (o por lo menos morirán en el intento). Hay un gran escepticismo sobre si la misión realmente despegará.
Sin embargo, su propuesta de venta es atrevida: no se trata tanto de ir valientemente a algún lugar, sino de la telerrealidad. Los encargados de Mars One planean vender los derechos de televisión y lograr acuerdos de patrocinio asociados a lo que sería posiblemente el mayor evento mundial desde el primer aterrizaje en la Luna: la colonización de otro planeta.
Es un hecho que Marte tiene potencial en la taquilla. En el otoño de este año se estrenará "El Marciano", una película de Ridley Scott sobre un astronauta abandonado a su suerte en el planeta, después de que su equipo erróneamente lo cree muerto en una tormenta y regresa a la Tierra sin él. Observar a nuestros semejantes tratar de establecer un asentamiento en Marte, en la vida real, sería una curiosa mezcla televisiva de altruismo e incultura (la grandeza del "Cosmos" de Carl Sagan mezclada con la burda atracción voyerista del "Big Brother" y "Survivor").
Y en medio de melodramas tales como si estos pioneros ávidos de publicidad podrán persuadir a sus plantas comestibles de que crezcan, o si terminarán de tejer sus trajes especiales, existe la promesa de un evento cinematográfico más oscuro: la muerte por radiación solar o por sofocación, la terrible perspectiva de la escasez de suministros y la lenta muerte por inanición (¿o acaso el canibalismo?), y la crisis psicológica del astronauta de Mars One que lamenta su irreversible decisión. Me temo que es el programa perfecto para el siglo XXI.