cada uno haga sus cuentas. Eso, si se le mira de lejos y con la partida de nacimiento delante. De
cerca, en la proximidad de las entrevistas a las nueve de la mañana, el director británico apenas
parece un recién nacido. Y no por los bostezos ligeramente descontrolados (que también), sino por el
declarado y declamado entusiasmo por todo, incluido eso llamado cine.
«Me gusta hacer
cosas distintas. Me entusiasma mi trabajo. Ahora estoy leyendo 'westerns' y acabaré haciendo uno»,
dice para justificar quizá el errático viaje que le ha llevado a regresar al género de la ciencia-ficción
después de casi una vida entera.
Y así, en la perezosa calidez de la mañana, Scott luce exactamente la edad de su Alien en
'Prometheus', la película que retoma la aventura espacial del 'octavo pasajero' en el punto cero;
en el momento exacto en el que no había más que nada. Antes de que surgiera todo. Antes
incluso del antes. No en balde, y para situarnos, la película no sólo cuenta el origen de la bestia de
marras sino de todo lo demás, humanidad (terrestre y extraterrestre) incluida.
— De repente, lo que parecía una película de extraterrestres y marcianos raros se transforma en una
reflexión sobre asuntos tales como la naturaleza de Dios, el origen de la humanidad, de dónde
venimos... ¿es usted un hombre religioso?
— Crecí en un ambiente religioso, fui a la iglesia con mis padres e incluso llegué a ser monaguillo.
Supongo que tuve bastante con esto. Luego, al cumplir los 18 o 19 años, con el sexo y el rock & roll
[se ríe], todo esto desapareció. Lo que sí quedó fue un sentimiento, no sé si llamarlo de culpabilidad o
simplemente moral sobre lo que es y no es correcto desde un punto de vista moral.
— Y en este caso, ¿siente que ha hecho lo correcto en 'Prometheus'?
— Bueno, digamos para desdramatizar que esta película no es ni una lección religiosa ni
científica. Aunque haya algo de eso. Esto es simplemente una película de entretenimiento.
Cuando 'Alien, el octavo pasajero' irrumpió en la cartelera en 1979, el cine, así en toda su amplitud, se
preparaba para un cataclismo. Un año antes, su director, el mismo Ridley Scott que ahora bosteza (lo
ha vuelto a hacer), hacía probar a los asistentes del festival de Cannes el dulce sabor de la adrenalina
con un sencillo, perfecto y eterno duelo de espadachines. 'Los duelistas', así se llamaba su primeriza
película, descubría al ancho mundo la pericia visual de un cineasta que poco tardaría en revolucionar
los modos, usos y costumbres del cine de género.
El relato claustrofóbico de un ser extraño, entre un demonio y un cangrejo de río radiactivo, se incrustó
literalmente en los sueños de media humanidad. De paso, se convertía en la película más imitada de
los últimos tiempos.
— ¿Es consciente de que si hubiera recibido un euro por cada película que ha copiado o se ha
inspirado en 'Alien', probablemente ahora tendría una fortuna considerable?
— Al principio, cuando veía una película demasiado parecida a las mías, me enfadaba. Y mucho.
Luego lo he terminado por asimilar y lo considero un halago. En cualquier caso, con el tiempo me he
dado cuenta de que a lo que todo artista debe aspirar, ya seas actor, pintor, músico o director, es a
mejorar en lo que hace. Si eres serio siempre te fijas en ti mismo, no en los demás.
Scott, de hecho, se fija en Scott y vuelve al universo de su criatura en la que sin duda (y con permiso
de 'El caballero oscuro') es la película más esperada del año. Su estreno ha desatado tanta tensión
como la mismísima escena del gato (hagan memoria) de la original. Pero, cuidado, no es lo que
parece.
— Ha estado sin ocuparse de la ciencia-ficción cerca de 30 años. ¿Por qué volver ahora? ¿Por qué
regresar al universo de Alien?
— No lo he hecho antes simplemente porque he estado ocupado en otros asuntos. De todas formas,
siempre tuve la idea de que algún día regresaría al origen de toda la saga. La idea no es
explotar una vez más aquel universo, sino abrir una puerta. La película es independiente y, de alguna
forma, mucho más grande e importante. Nada de lo hecho ahora tiene que ver con los monstruos y los
demonios.
Y, en efecto, es otra cosa. Por resumirlo, se trata de un grandioso y espectacular esfuerzo
empeñado en dotar de respetabilidad al cine de género. Y en el pecado, como casi siempre, va
la penitencia. Si en la película original el director conseguía el máximo con los mínimos elementos,
hasta alcanzar el punto exacto de la fiebre con el temblor apenas apuntado de una sombra, ahora se
trata de apabullar al espectador en el ruido de una imaginería visual deslumbrante. La frase es larga;
la sensación, de desconcierto. Si en 'Alien', como decía la mítica frase promocional de la cinta, nadie
podía escuchar los gritos en el vacío del espacio, ahora en 'Prometheus' es la grandilocuencia de la
banda sonora de Marc Streitenfeld la que obra el mismo efecto.
Empieza la película y la cámara se desliza por un paisaje de metal líquido situado probablemente
en un lugar incierto entre el cielo y el infierno. Allí, un titán hipermusculado (tal cual) se disuelve
literalmente en algo parecido al río de la vida. La nuestra. La metafísica del extraterrestre. Acto
seguido, una expedición dirigida por dos científicos se dirige al planeta de esa extraña criatura. La
idea no es otra que encontrar a nuestros creadores. Dar con Dios. ¿Recuerdan al marciano con
el pecho abierto de la primera película (el piloto o el Space jockey)? Pues ya saben de dónde
venimos.
La estrategia de la película consiste en trazar líneas con la cinta madre pero desde el sitio
exactamente opuesto. Así, tanto Noomi Rapace como Charlize Theron reproducen el espíritu
intacto de Ripley (Sigourney Weaver); de este modo, los pasadizos de ese raro mundo en el que
aterrizan nuestros argonautas recuperan los pasillos macilentos de la nave Nostromo, y de idéntica
manera, las construcciones orgánicas de la civilización perdida (con una cabeza humana gigante
como icono) sugieren la extrañeza de algo profundamente extraño.
Cuenta el director que lejos de su intención proteger algo así como su legado. Y lo dice justo en el
momento en el que, además, se encuentra enfangado en la continuación, secuela o algo más grande
de su otro título mítico, 'Blade Runner'. «Sinceramente me importa un bledo. Mi trabajo consiste
en contar historias y que éstas enganchen al público», dice, respira hondo (¿otro bostezo?) y
repite: «Me entusiasma mi trabajo». Dice que esta vez se trata de una nueva historia que nada tiene
que ver con Deckar, el personaje de Harrison Ford («Estaría bien que volviera con un pequeño
papel»). «Si piensas en el 'Blade Runner' original, la pieza, en conjunto, es muy completa, tiene un
principio, un desarrollo y un final. Por eso hemos decidido dejarla aparte en la nueva película; No tocar
esa historia sino otra, con un lapso de tiempo en medio, tal vez 30 o 40 años más tarde».
Y mientras habla y amontona proyectos (lo próximo será 'The Counselor', sobre una novela de
Cormac McCarthy y con Penélope Cruz y Javier Bardem en el reparto), Scott no puede por menos que
mirar al pasado con una gota tal vez de amargura. Su primera nominación a los Oscar le llegó con
'Thelma y Louise', muchos años después de que la industria ignorara completamente sus trabajos
más aplaudidos e imitados. 'Alien' a la cabeza. «No diré eso de que los Oscar no son importantes.
Claro que lo son, y lo son porque es un reconocimiento de tus colegas a lo que haces. Pero, al final,
todo se reduce a una cuestión tan pueril como si ganas o pierdes... Filmar es otra cosa, es más sutil,
no es un deporte».
Y sigue: «Puedes hacer una gran película y puede que sea ignorada en el momento de su estreno. De
forma que el reconocimiento le llegue con el tiempo. De todas formas, y con esto no quiero más que
expresar mi extrañeza, es incomprensible que ni la dirección artística (¡por el amor de Dios!) ni
la fotografía ni la originalidad de películas como 'Blade Runner' hayan sido mencionadas
nunca. Y no estoy enfadado por ello, pero es incomprensible». Queda dicho.
— Por cierto, y volviendo a Prometheus. ¿Cree que estamos solos en el universo?
— Vamos, es completamente ridículo pensar que en todo el espacio no hay absolutamente
nada ni nadie más que nosotros. Hace poco se descubrió agua en Marte. El agua es el origen de
la vida. Y Marte está aquí al lado. Pero sin movernos de la Tierra, el razonamiento es igual. La idea de
que la Tierra existe desde hace 4.500 millones de años y pensar que no ocurrió nada hasta los últimos
miles de años es un sinsentido. Y no me refiero a Atlantis y ciudades bajo el agua que ya hace tiempo
pudieron desaparecer. Eso habría existido en un pasado relativamente cercano... ¿Acaso tenemos
derecho a pensar que el planeta ha estado vacío todos estos años? Creo, sinceramente, que no.
Para cuando acaba la entrevista, Ridley Scott ya sí está completamente despierto. Incluso se diría que
parece más joven. Más joven incluso de cuando era joven. «Tengo la sensación de que vuelvo a
empezar». A sus 75 años. Pues eso.
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