sábado, 10 de agosto de 2013

De la fiebre del oro a los alienígenas, la frontera es todo un universo


Texas y Nuevo México pueden estar entre los sitios más retorcidos de Estados Unidos. Ya el tema de la frontera es todo un universo. La historia de la fiebre del oro, de Billy the Kid y de los robos a diligencias cargadas de lingotes y billetes, tampoco son un asunto menor. Buena parte del mejor cine se ha hecho sobre eso: Charles Chaplin, John Ford, Howard Hawks, Sam Peckinpah o John Huston hicieron vestir a John Wayne, Humphrey Bogart, William Holden y al Indio Fernández como forajidos del Lejano Oeste, con música country, muchos caballos, apaches por doquiera y un mestizaje cultural en donde el color de las pieles se confunde, los ojos intercambian rasgos, las oraciones mezclan palabras imposibles y los sitios suelen llamarse Ruidoso, Cloudcroft, Los Álamos, Marfa o Mesilla.


Pero hay otro Far West para quienes son difíciles de complacer. El de los indios modernos, que llenan sus reservas naturales de casinos, se visten de etiqueta y olvidan la pipa de la paz cuando se compran fichas para jugar al póker. Asimismo, existe el del pueblo TruthorConsequences. Un espacio sin gracia, una manchita en el mapa, que recibió su nombre en 1950, después de que casi toda la población votara para lograr rebautizar su comarca con el programa de concurso más sintonizado por una comunidad, que parece consumir su vida contando bolas de heno, contemplando virutas de polvo y cambiando de canal. También está Anthony, una localidad que queda en toda la mitad de Texas y Nuevo México, y en donde funciona un bar que despierta simpatías por su logística nocturna: sus clientes beben sin cuartel hasta las 2 de la mañana en el lado texano y, por los mandatos propios de la ley, a esa hora apagan las luces de aquella zona y se corren para la otra mitad, con una alegría etílica que sólo alberga la claridad de alertarles que el 50 por ciento del negocio que queda en Nuevo México cerrará unas horas después (y todo en perfecto acato de las normas del otro estado).


Cuna de marcianadas


Pero la zona da para más. A un viaje de cuatro horas por carretera, desde El Paso, se llega a Roswell. El sitio bien podría ser otro más del montón, pero un mito aliña su constitución. Tiene que ver con militares, rancheros y otras minucias… Éste es el abreboca: el 9 de julio de 1947 un granjero de Corona se hallaba en su casa en una noche de fuertes tormentas. Una gran explosión lo hizo saltar de su asiento, y al otro día decidió inspeccionar su propiedad. La sorpresa fue mayúscula: restos de un metal muy fino e indestructible estaban esparcidos en un espacio de un kilómetro cuadrado. El hombre llamó al sheriff y éste a los militares. Todos se reunieron, tomaron fotos y hablaron de un platillo volador. Así se publicó en la prensa, aunque días después el Gobierno norteamericano dio marcha atrás y dijo que todo fue obra de un malentendido. Luego comenzaron las teorías conspirativas, los videos de autopsias a marcianitos y los debates que terminaron en películas y series de televisión.


Son 65 años recién cumplidos de esta historia, y la cosa no termina. Lo cierto es que desde entonces, Roswell es la meca de peregrinación de todos los apasionados con el tema de los ovnis. Hay un museo, un Festival de encuentros extraterrestres, organizado por la Cámara de Comercio local, cientos de conferencias y muchas tiendas de curiosidades que facturan millones de dólares al año. Venden excremento alienígena, reproducciones de fetos de marcianos en frascos de formol, muestras de la tierra en donde cayó el presunto platillo y libros de dudosos sellos editoriales en donde afirman que Marilyn Monroe fue asesinada por la CIA, al comprobar lo mucho que sabía la actriz sobre un tema tan escabroso. Y, sí, en un sitio con estas características los hoteles y restaurantes tienen precios para humanos y para extraterrestres (y los bancos muestran préstamos y tasas de interés para ambas especies).


Dicen que al año 200 mil personas peregrinan a Roswell para dejar cinco millones de dólares en recuerdos, hospedaje e información que logran sacarle a los lugareños. Estos últimos, unos 50 mil habitantes en total, suelen relatar historias de abducciones, avistamientos y temas relacionados para complacer al turista. Todo eso lo saben, no hay duda, menos dónde divertirse, ver un partido de fútbol o tomarse una cerveza, porque en realidad en Roswell nunca pasa nada para los terrestres. Y, a veces, ni para los extraterrestres…

No muy lejos de este mercado alienígena, en El Paso, hay historias hermanadas de distinto tenor. Muchas de ellas provienen de pilotos de aviones. Otras, de gente común que teme ser tachada como loca. Las evidencias y testimonios podrían dar tela para muchas teorías. Pero eso ya se verá en la próxima entrega.

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